No es tolerable que a estas alturas de 2018 se sigan produciendo tantas defunciones de empresas (1.370 sociedades disueltas en Junio según datos del INE). Y que la mayoría de ellas desaparezcan porque se mira para otro lado cuando la inercia prevalece sobre todo lo demás.
La empresa son ventas, sí, pero la empresa además son propósitos, personas, liderazgo y por último y no por eso menos importante, también son números. Y todo ello aplicado desde el conocimiento: Lo demás son especulaciones, o como decían en una película, “es malo para el negocio”.
Para minimizar los impactos negativos debemos asumir que los empleados deben estar bien formados, que la empresa tiene que funcionar siguiendo un procedimiento en todos sus niveles, porque el objetivo es que las personas que trabajamos en ella seamos necesarios pero no imprescindibles. Y esto solo se logra con método, ¿cuál? uno definido por nosotros mismos o que tomemos prestado y seamos capaces, prueba tras prueba y error, de adaptarlo a la gestión y hacerlo nuestro, sacando con él toda la eficiencia posible.
Con todo ello, la empresa no deja de ser un barco muy robusto que choca con los icebergs que cada día emergen en el mar del mercado donde competimos.
Así que, ¿tenemos un buen barco? por supuesto, pero el liderazgo en el barco lo lleva su capitán, el cual cuando sale del puerto sabe dónde se dirige y tiene formación, conocimiento y competencias suficientes para maniobrar todo lo que sea necesario para evitar incidentes.
Aun así, los incidentes pueden producirse, porque en innumerables veces lo que hacemos excede a lo que dominamos. En esas ocasiones todos miran al líder y es su comportamiento, su serenidad, su objetividad lo que ayuda a los demás a hacer su trabajo de forma eficiente.
Estoy absolutamente convencido, porque así me lo indica mi experiencia, que de las aproximadamente 450.000 empresas que fenecieron en el periodo de la crisis, la mitad se podrían haberse salvado si sus propietarios, (normalmente gerentes) hubieran tenido una mejor formación directiva.
Miren, creo mucho en los emprendedores (yo mismo he sido uno de ellos) pero tener una idea y saber llevarla acabo son cosas diferentes, pues un empresario no es necesariamente un buen gestor. Y es vital que tras la concepción de la idea original se de una etapa en la que ésta se siga desarrollando y se comparta con la “gestión” y esto o se hace bien o no habrá buena idea que la resista mucho tiempo. Es una etapa en la que los números son tan importantes como la creatividad, la comercialización, la producción, la logística, toda la cadena de valor. Y los números no son guapos ni feos, son eso, números basados en la objetividad.
Pues en el desarrollo de esta fase ya se exige a la empresa entrar con un propósito estratégico y una estrategia para lograrlo, una organización que lo ejecute y los números que lo avalen. Y sobre todo, una gerencia como mínimo eficiente, y si me lo permiten les diré que, con un liderazgo claro que se gane el respeto de su gente.
¡Cuánto se confunde mandar con liderar y cuánto daño hace a las empresas esta confusión!
Luís Sequí. Presidente de Grupo EntornoEmpresarial